lunes, 31 de mayo de 2010

DOS

Escrito para www.leptica.com

Puedo mover el universo entero sólo con soñarlo. No puedo levantarme porque el colchón es un acantilado y tengo miedo a estrellarme contra el suelo de mi habitación. Corro tan rápido que las calles de la ciudad se tuercen y cimbrean como una espiga de trigo mecida por el céfiro. Camino tan lento que parece que mis movimientos los controlan peces de colores que me observan a través del grueso cristal del acuario. Construyo imperios en la barra de un bar. Tropiezo con todas los camareras que me encuentro, manchando mi traje nuevo con vuestras bebidas favoritas. El sábado por la noche bailo tan alto que toco la Luna con la punta de mis dedos. Vuelvo a casa al amanecer sin un gramo de esperanza. Me follo a mujeres que os hacen volver la cabeza cuando vais cogidos de la mano de vuestras novias. Nos despertamos con resaca y desayunamos a las cinco de la tarde acompañados de un silencio eterno. Me siento como un superhéroe de cómic. Me imagino disparando a la cabeza de cada uno de vosotros. Vivo. Me aburro. Hoy. Nunca. Yo. Nada. Soy dos: el gato que cree que puede cruzar la autopista y el coche que revienta sus vísceras.

domingo, 23 de mayo de 2010

DESASTRE

Si te caes tres veces, levántate cuatro. Eso dicen. Guardé mis sentimientos en bolsas de diferentes colores, siempre me ha gustado reciclar, y los tiré a los contenedores correspondientes. Espero de verdad que se separe, porque si la basura de toda la ciudad va al mismo lugar, en el vertedero habrá un yo reconstruido que olerá fatal. Ver como un anciano tropieza y se divide la cadera en dos, niños calcinados en un accidente de avión, la sangre de las focas con la cabeza abierta por un bate de béisbol, el cáncer terminal de mi abuelo, las lágrimas de mi novia cuando le dije que me dejara en paz para siempre son fantasmas que nunca más volverán. Todo lo que existe en la tierra -gases, animales, vegetales, sólidos, líquidos- está compuesto por la combinación de los ciento diecinueve elementos de la tabla periódica. Incluso el amor, odio, lástima, pena, culpa, ira, frustración, fracaso, alegría son cócteles como la ginebra con tónica y una rodaja de lima en un vaso ancho con hielo. He despedido al barman y ahora todas mis emociones viajaban por una larga carretera recta y plana, el coche tiene el aire acondicionado a veinticuatro grados y el piloto automático encendido, así que es imposible que pueda caerme otra vez. Pero hay algo que me inquieta, es como cuando llegas a casa después de un mal día en la oficina y estrellas la corbata contra el suelo, te quitas la ropa y tomas una larga ducha. Siento alivio y, desastre, una tenue felicidad. Quizás sea como la gripe y se cure con un poco de reposo y analgésicos.

lunes, 17 de mayo de 2010

CHAPLIN


A las siete de la mañana y con los tendones de la pata delantera derecha colgando seguía corriendo detrás de mí, con un reguero de sangre detrás. Se había destrozado la pata con una botella que un malnacido rompió contra el suelo. Siempre íbamos a correr juntos por la tarde, siguiendo la orilla del río, pero empezaba un nuevo trabajo ese lunes y salimos al amanecer. Lo llevé en mis brazos hasta mi piso, llegué empapado en sangre y llamamos a unos amigos que tenían coche para ir a curarlo. Cuando el veterinario dijo que necesitaba mi ayuda no lo dudé un segundo. Agarré los dos extremos de los tendones mientras él los soldaba apestando el quirófano con el olor de la carne quemada. Y aunque he olvidado más de la mitad de mi vida, jamás olvidaré ese momento.
Chaplin es un perro que odia a las personas, en especial a los niños pequeños, y eso nos unía. No era capaz de estar cinco minutos quieto, pero juro por mi vida que un día en el que estaba triste me desahogué hablándole durante una hora y el se quedó sentado, con la cabeza apoyada en mi pierna y mirándome a los ojos, escuchándome paciente.
Se quería follar a todos mis amigos, se comió una olla de garbanzos entera subiéndose a la encimera de la cocina mientras yo limpiaba el baño, me mordió, destrozó el sofá, mi raqueta de tenis, todas las zapatillas, todos los cojines, todas las paredes, toda mi vida social y lo tuve que entregar a una protectora de animales para que se hiciesen cargo de él, después de cinco años juntos, porque ya no tenía casa donde vivir. Sin duda, es el ser vivo que mejor me ha comprendido, será verdad eso de que el perro se parece a su dueño. Y quizás es porque mi idea del amor se parece más a correr huyendo del hacha que lleva mi pareja en las manos por un laberinto de setos de un hotel sin huéspedes en medio de la noche a veinte grados bajo cero, que a ir cogidos de la mano paseando por el parque en primavera, pero aún lo echo de menos.

miércoles, 12 de mayo de 2010

ICE HAVEN






Los superhéroes no son titanes porque tengan poderes sobrehumanos, todos sus archienemigos pueden lanzar rayos láser con los ojos, levantar autobuses con una mano, volar entre los edificios o abrir puertas interdimensionales como semidioses y son tan poderosos o más que ellos. Lo que los hace grandes y eternos es un segundo, un pequeño instante de tiempo. Cuando todo está perdido y yacen de rodillas con los músculos triturados por la paliza, respirando trozos de hueso, levantan la mirada y sacan fuerzas para asestar golpes definitivos a sus enemigos venciendo al dolor, el miedo y el desmayo. No tienen nada que perder porque, ganen o no, saben que no hay ningún camino que los lleve de vuelta, que todo se repetirá en el siguiente número desde el principio. Y por eso vencen una vez tras otra. Como los personajes de Ice Haven, de Daniel Clowes, que buscan desesperados entre la basura de la monotonía un trozo de pizza que alimente sus vidas, soñando con el momento de que su existencia sea llevadera y con la certeza de que jamás ocurrirá. Todos ellos, como todos nosotros, carecen de superpoderes que los hacen inmortales, pero tienen en sus ojos ese segundo que los hace invencibles. Que nos hace invencibles en la vida real en nuestra lucha con el día a día.

domingo, 9 de mayo de 2010

VACÍO

Dejaste un vacío cuando te fuiste. Está en el silencio entre canciones de todos los discos que escucho, en el apetito que despierta el olor a café y tostadas por las mañanas, en el vaso donde dejo el cepillo de dientes, en el murmullo de la sala antes de que empiece la película, en el vapor del agua caliente que empaña el espejo, en cada uno de los botones de mi camisa, en las manos enrojecidas e inflamadas que me dejan las bolsas de plástico de la compra, en los minutos que llego tarde al trabajo, en la falta de aliento cuando subo las escaleras, en punta rellena de chocolate del cucurucho del helado, en el sonido de las llaves cuando agito el bolsillo del pantalón, en la luz roja de la televisión cuando la apago porque me entra sueño en el sofá. Dejaste un vacío cuando te fuiste en lo más profundo de mi vida.

jueves, 6 de mayo de 2010

Yo





Hola, soy yo. Quizás hemos hablado alguna vez, o me has visto pasear por ahí, o nos hemos emborrachado juntos, o fuimos a la misma escuela, o nuestros perros se han olido el culo en el parque, o follamos un par de veces, o tomamos café al sol en una terraza, o nos presentó un amigo común, o te sentaste en el autobús a mi lado. Bueno, pues básicamente ese soy yo, el que todo el mundo puede ver. Existen otros que son más difíciles de ver. Están más en el interior y algunas mañanas se visten con el traje de camuflaje escondiéndose detrás de los arbustos con la cara pintada de verde y una cinta en el pelo, ocultándose de cara al viento para que no pueda olerlos. Otras se disfrazan de día soleado para confundirme, o se transforman en espejos donde me puedo ver reflejado. Todos caminan sigilosamente dentro, entre los malos pensamientos y la soledad, y pueden acercarse por detrás rompiendo en dos mi garganta con un cuchillo sin sentir piedad.
Los días extraños ellos ganan la batalla. Esos días me pongo mis mejores vaqueros y robo un descapotable para viajar por la autopista rompiendo todos los límites de velocidad. En un punto perdido de la carretera me paro y abro la puerta del copiloto, invitando a la cordura a bajarse para que vuelva a casa haciendo autostop, la saludo con la mano y vuelo hacia la puesta de sol hasta reventar en mil pedazos.

lunes, 3 de mayo de 2010

EL INDIGENTE.




Las personas caminaban abúlicas y con la mirada en el suelo, el mistral soplaba con fuerza elevando la basura de las calles e imponiendo su ritmo al baile de los arbustos. Era uno de esos días en que los sueños y esperanzas escapaban a ciento ochenta por una autopista en sentido contrario, observas como se alejan con la certeza de que la próxima vez que las veas serán un amasijo de hojalata y carne.
Nos atusábamos los abrigos para no dejar pasar al frío mientras esperábamos en el parque, por qué siempre alguien se retrasa demasiado. Y entonces apareció el indigente, oliendo a micción y con una botella de vino barato en la mano. Fijó su mirada en nuestro grupo y empezó a correr de manera sorprendentemente grácil y violenta. Todos hicimos el ademán de salir corriendo, pero ya era tarde, se paró en seco antes de tropezar y habló con voz de cuero.

- Puedo parar el viento cuando me dé la gana.
- Si claro -dijo el más espabilado- eso tienes que demostrarlo.
- Lo haré si me dais unas monedas.
- Primero para el viento y después ya veremos.

El indigente intentó tocar mi brazo para no caerse, lo aparté sin dudarlo y casi se estrella contra el suelo. En el último instante se apoyó en una papelera que le salvó de un buen golpe. No me sentí mal, me daba asco.

- Venga hombre, a ver como nos quita de en medio esta ventolera.

El indigente se posó a dos metros de nuestro grupo, a duras penas podía mantenerse vertical. Soltó un grito que ahogó en un quejido y de pronto empezó a mover ambos brazos como si fuese un molino. La saliva le caía por la barbilla fundiéndose con los mocos que emanaban de la nariz, su mirada la clavó en mí como un cazador en su presa. Los brazos giraban cada vez más despacio, una sensación de calma recorría mi cuerpo, más lento, más. En su cara alquitranada se esbozó una sonrisa, más despacio, todo se movía más despacio.
Contemplé como mis amigos reían y se mofaban de una forma flemática, como las hojas de los árboles se movían con fuerza, despeinándolos. El polvo formaba remolinos y las matas cimbreaban. Todo ocurría a mi alrededor, pero yo no podía sentir el viento.
Me cogieron del brazo y salimos corriendo, burlándonos con crueldad. Miré atrás y escuché al indigente decir, chico, me debes una moneda.