martes, 8 de junio de 2010

El sueño asmático.

La luz glauca de la habitación enquista mi nave espacial con la que viajo por los confines del universo. Tengo la sensación de respirar leche podrida cuando la enfermera me sonríe con su cara de madera mientras me rompe la piel con la jeringa que sobresale de sus ojos de luna llena, la sangre apenas fluye negra y espesa como una noche de invierno a la intemperie. Los pulmones abren una salida de emergencia en mi pecho y las lágrimas de mi madre me hacen desear que se vaya de mi lado. De pronto soy adulto y me emborracho hasta arrodillarme ante el váter y vomitar mi enfermedad; tiro de la cadena y la veo dar vueltas suplicando que la salve de la muerte. Le sonrío con maldad prometiéndole que a partir de ahora seré feliz para siempre. Poco a poco el hospital desaparece en mi nave espacial con la que viajo por los confines del universo hasta quedarme dormido como un niño pequeño enfermo para siempre.

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