domingo, 13 de junio de 2010

CARICIAS

(Con un nuevo final, creo que ahora se entiende mejor lo que quería decir)



Viajo por páramos aterciopelados y elásticos, mis piernas rielan como la luna llena en el río, temerosas de cada paso, de cada tiento. Camino por senderos cutáneos hasta que tropiezo con una caja de color rojo sangre; me agacho y la abro. En su interior unos pulmones palpitan como peces fuera del agua. Me abro el pecho en dos y los sueldo a los bronquios. Siento como el aire entra y sale por mi traquea.

La certeza de que estás cerca me atraviesa como el viento helado. ¿Quién eres? ¿Por qué te busco?
En la lejanía vislumbro una figura humana, por fin alguien me puede dar respuestas. Corro con todas mis fuerzas hasta que caigo de rodillas ante un perchero del que cuelga un traje de piel humana. Sin vacilar me levanto y mis músculos se cubren con el nuevo ropaje, fundiéndose, creando conexiones nerviosas entre las células y la epidermis. Ya no tengo frío. Ya no me siento solo.
Mis pies ya no vacilan, pisan fuerte y valientes como legiones de ejércitos. Avanzo con determinación hasta que la tierra tiembla. He llegado a mi destino. Excavo con mis manos un profundo agujero extrayendo piel y ligamento, sorteando huesos y cartílagos hasta arrancar un trozo del corazón que late bajo mis pies. Lo trago sin masticar. Baja por mi boca buscando su sitio. Y llega. Y la sangre fluye por mis venas y arterias. Y con cada latido soy más grande. Más grande. Más. Hasta que estoy a tu lado desnudo en la cama después de hacer el amor, acariciándote la piel de niña que me inventa cada noche.

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