jueves, 14 de octubre de 2010

El primer día.

Caminé por bóvedas adustas

escuchando el crujir de la soledad,

la risa soez de los presagios atávicos.

Enfundado en la pleura,

perdido entre las asaduras de la savia,

leía la vida en los escombros.

Hasta que llegó el primer segundo,

lleno del fulgor purpúreo del alba,

a un lunes de gloria pírrica.

Metalunes

Puedes moldearme y romperme en mil pedazos como a un sueño olvidado por la mañana, amarme y odiarme como a tu madre. Prolongo la realidad cromática en la que te envuelves para protegerte del frío de la soledad. Yo soy tú. Tú eres yo. Sólo tengo veinticuatro horas para ser eterno, para que seas eterno.

La llave

Parece dolor, pero son sólo gotas de lluvia que han quedado atrapadas en las hojas de los árboles. Zarandearlos un poco y te empaparás de lágrimas. Y así es vivir, equivocar el parque con un cementerio por la necesidad humana de alimentar a las palomas en la orilla de un lago. El tiempo pasea por los senderos que forman nuestras arterias, buscando el corazón para hipnotizar sus latidos con entelequias disfrazadas de miedo. Todos los lunes, después del cónclave, tiran una llave al océano, recordándonos que alguna vez puede ser la de nuestra celda y que la única esperanza es rezar en voz baja. Susurrando.